Los resultados en salud son el único fin que deberían perseguir las instituciones sanitarias de cualquier índole y su publicación, en mi opinión, habría de ser un ejercicio obligatorio en pro de la trasparencia que los pacientes tendrían que exigir para aquellos en cuyas manos ponen lo más importante, que es su salud.
Juan Abarca Cidón, presidente de HM Hospitales.
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En el ámbito de la sanidad pública, solo la Comunidad de Madrid y Cataluña han publicado resultados sanitarios. En el ámbito de la sanidad privada, el Instituto para el Desarrollo e Integración de la Sanidad (IDIS) sí que viene trabajando desde hace cinco años en la promoción de informes de resultados sobre cuestiones como la seguridad del paciente, la calidad, la accesibilidad, la efectividad de la asistencia sanitaria privada. Y, lo que queramos o no, son los resultados los que realmente miden.
Esta reflexión viene a colación de la publicación del Barómetro de la Sanidad Pública, en el que se consulta a los ciudadanos sobre cómo funciona la sanidad pública y, curiosamente, también sobre si prefieren la sanidad pública o la sanidad privada. La subjetividad no puede ser mayor: en primer lugar porque se trata de una encuesta de opinión pero, en segundo lugar, y mucho más relevante, porque de esas personas a las que preguntan solo el 25 por ciento conoce la sanidad privada y, presumiblemente, serían los únicos que podrían comparar: quienes conocer ambos sectores.
Pero, por encima de la subjetividad, muy por encima, se encuentra la necesidad de la Administración de obtener conclusiones que ayuden a levantar la imagen de la sanidad pública, denostando la labor de un sector, el privado, que representa el 2,7 por ciento del PIB. Y sobre eso deberíamos pararnos a pensar. ¿Por qué ha de castigarse al emprendimiento privado con cuestiones como ésta? ¿Lo hacen también otros sectores u ocurre solo en la sanidad? ¿Por qué, en lugar de castigar a un sector que genera más de 330.000 empleos directos, no se reconoce que la provisión sanitaria pública sería incapaz de absorber toda la demanda sanitaria, de no contar con la sanidad privada? Y, el quid de la cuestión, ¿por qué no se emplean esfuerzos en que conozcan los resultados en salud? O, lo que es lo mismo: además de parecerlo, serlo y demostrarlo. Esa sería la mejor fórmula para hacer afirmaciones creíbles para la sociedad que, por fortuna, va conociendo los derroteros de la sanidad y, cuando tiene oportunidad de elegir, lo hace con criterio.
Hacer política es dedicarse al servicio público y producir beneficio para la sociedad sin desprestigiar a nadie por el camino. Y, en sanidad, puede pasar por la crítica y la manifestación abierta de discrepancias –que siempre enriquecen el debate y ayudan a mejorar- pero para ello no es necesario menoscabar la aportación de la sanidad privada y, menos aún, cuando se hace de forma deliberada.
Desde aquí invito a la Administración pública a hacer una reflexión acerca de la forma de actuar. Quizá, como ya he sugerido alguna vez, habríamos de cambiar la frase “tenemos uno de los mejores sistemas sanitarios del mundo” por “vamos a trabajar para tratar de solucionar los problemas de nuestro sistema para que no empeore y pueda acercarse a un sistema sanitario que ofrezca las máximas prestaciones posibles a todos por igual”. Cerrar los ojos y no querer ver la realidad que está enfrente no construye y sin embargo sí deja que la situación actual se perpetúe.
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