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Viernes, 10 de mayo de 2013   |  Número 48
TRIBUNA
MIGUEL CARRERO, PRESIDENTE DE PSN
Ángeles o demonios; público o privado

Últimamente asistimos a una exacerbación de la denostación de la actividad privada, actitudes que presentan especial virulencia tratándose de la sanidad madrileña. Veamos: privado, privacidad… Negarlo es tanto como negar al individuo, a su inalienable libertad; a su estructura social, a la sociedad; a su estructura política, al Estado. A la privacidad vital de las personas, a la propiedad privada, al derecho privado, a la privacidad más elemental en el orden de las cosas, de los sentimientos, de las relaciones, de la convivencia, del ocio, del trabajo… Es la más absurda y peregrina negación.

La actividad privada, lo mismo que la propiedad privada, no significa solo que exista una delimitación entre el derecho de decisión y responsabilidad del individuo y de los demás individuos, significa, además y principalmente, que el derecho individual está protegido contra las ingerencias y los abusos del poder político, del de otros hombres. Desde esta doble condición se comprende plenamente la actividad privada como garante indispensable de la libertad. La actividad privada, en la economía de mercado, es garantía de competencia, competencia que entraña organización encaminada al estímulo de la producción, a la vez que dirección y ordenación del proceso económico. Es decir, impulso constante a una producción cada vez mejor y, al mismo tiempo, dirección armónica del proceso productivo.

Frente a ello, podemos preguntarnos si la competencia del colectivismo, del estatalismo excluyente, del monopolio político de la administración del Estado, es capaz de realizar la selección consecuente, bien dirigida y continuada de la que es capaz la competencia de la economía de mercado y de la actividad privada. Tal vez la respuesta está en la misma crisis que hoy padecemos. Ahora bien, la economía de mercado no lo es todo. Debemos entenderla inserta en un contexto total más elevado, formando parte de un todo en el que no solo se corrigen las imperfecciones y las asperezas de la libertad económica, y que además procura al hombre una existencia acorde con su naturaleza, parte de un todo en la sociedad en armónica correspondencia con el orden político, social, moral y espiritual.

La esfera humana de la libertad es indivisible. Cuando se atenta contra la libertad en lo económico se acaba por aniquilar la libertad en lo político, en lo social, en lo espiritual. Ésa es la práctica de los acérrimos estatalistas, de los ultras colectivistas, de los totalitarios, de los dictadores. El sector privado es el principal motor de la economía del país –sin desmerecer el importante papel que juegan los servicios ofrecidos por la Administración– pero, en algunos ámbitos, parece ser más bien el enemigo a batir.

La asimilación de la actividad económica privada al lucro desmedido y a intereses puramente económicos es una constante desde ciertos credos sectarios, que recuerdan radicalidades trasnochadas que la propia historia se ha encargado de desmitificar. Aprovechando la crisis, cierto sector de la sociedad para el que cualquier actividad que no se aborde desde el paraguas de lo público no debe ser valorada en términos de consideración y respeto, ataca con visceralidad injustificada, criminaliza e insulta en una auténtica exhibición de fanatismo e intolerancia: “¡Que viene la privatización!” recuerda aquello de “¡que vienen los comunistas!”.

Vamos, los mismos energúmenos pero con una sustancial diferencia: el resultado del sistema comunista está muy lejos de ser halagüeño; el capitalismo, con sus terribles defectos, ha aportado más riqueza y ha posibilitado más bienestar que cualquier otro sistema político, hasta el punto que podemos afirmar que un estado social, de derecho y democrático no puede existir sin crecimiento económico.

Tiempos extremos

Parece que la censura de otras épocas ha sido sustituida por el calificativo denominado políticamente incorrecto. Es como si por hablar bien de determinados sectores, o criticar otros, se estuviera peyorando la gran labor que se ha desarrollado y se desarrolla en el ámbito público. Desde la cobertura que brinda a la sociedad en sus necesidades fundamentales, hasta la importantísima labor que desarrollan los profesionales sanitarios de este sector. Ambos actores, público y privado, deben jugar su papel y ello, sin duda, redundará en beneficio de todos. La confrontación negativa de ambos modelos solo generará inoperancias y pérdida de valiosas posibilidades.

¿Valdrá la pena intentarlo? Conciliaremos la máxima libertad posible y la capacidad de rendimiento económico con la máxima igualdad posible y la justicia social. Son capacidades del hombre, por tanto imperfectas, pero debemos ponerlas en armonía.

Ni lo público ni lo privado es bueno o malo por definición. Son opciones que brinda el mercado como consecuencia de la necesaria regulación de oferta y demanda. Y ambas pueden y deben convivir en un contexto de exquisito respeto mutuo e igualdad para complementarse y a la vez competir lealmente  entre sí. La colaboración público-privada no debería reducirse a un mero recurso coyuntural, derivado de necesidades acuciantes que obligan a maquillar cifras. Si realmente aporta valor, se debe dar la oportunidad de que ambos sectores se desarrollen libremente.

Curiosamente esta coraza frente a lo privado se promueve desde sectores o instituciones que sobreviven gracias a la subvención pública y reciben del Estado bastante más de lo que aportan a la sociedad. Y precisamente ese soporte que les mantiene en pie está generado por el sector privado al que atacan con denuedo.

Un caso paradigmático del tema que aquí se aborda es el de la sanidad privada. Alrededor de ella parece haber quien pretende crear un halo de perversión. Desde determinados foros se transmite la idea de que la atención sanitaria pública perderá su calidad si se apuesta por la gestión privada, como lo denominan unos, o por la privatización de la sanidad como gusta de calificar a otros a las medidas adoptadas en algunas autonomías. Se llame de uno u otro modo, es de sentido común pensar que la atención que presten estará controlada por la administración pública y la calidad garantizada por ésta.

Sin ir más lejos, PSN es una entidad privada cuyo fin último es velar por los intereses de sus mutualistas. Entre las soluciones que ofrece a su colectivo se cuentan variadas herramientas de previsión social complementaria. Y lo hace, como sector privado, desde el convencimiento de que el sistema público no podrá garantizar que un profesional mantenga su nivel de vida una vez jubilado. Es una evidencia, y no por ello PSN está en contra del sistema público de pensiones. Su sostenibilidad es un beneficio para todos, y a ello colaboramos.

El interés económico no solo es legítimo, es uno de los principales impulsos que hace que la sociedad avance. La empresa privada es un activo capital para España, genera  millones de puestos de trabajo que, a su vez, repercuten en la estabilidad económica que permite mantener las políticas públicas que todo el mundo parece querer salvaguardar. Por eso, con ataques tan injustos y desmedidos, flaco favor se hace a la recuperación económica del país y al Estado de Bienestar al que se perjudica en lugar de defender.

Abrir y no cerrar empresas privadas, cuantas más mejor, ésa es la cuestión. Trabajo, inteligencia y creatividad es la verdadera fuente de riqueza que nos hará salir de la crisis y no pancartas, gritos e improperios, subsidios y subvenciones.

 

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