El progresivo envejecimiento de la población es uno de los principales retos a los que se enfrenta nuestra sociedad, de hecho la edad media de la población española ha ido aumentando progresivamente en 1,5 años en la última década, pasando de 40 años en 2001 a 41,5 en 2011. En términos relativos, hoy el 4,7% de la población de los 27 Estados miembro de la Unión Europea supera los 80 años de edad y se espera que sea el 11,3% en 2050 (3,9% y 9,1% respectivamente en los países de la OCDE).
Según el consenso de la Conferencia Nacional para la atención al paciente con enfermedades crónicas en 2011, suscrito por sociedades científicas vinculadas a la atención de pacientes con enfermedades crónicas, así como por asociaciones de pacientes y por las 17 CC.AA., las enfermedades crónicas serán el principal motivo de discapacidad en 2020 y hacia 2030 se doblará la incidencia actual de este tipo de enfermedades en las personas mayores de 65 años.
En este contexto de cambio demográfico evidente, con una inversión de nuestra pirámide de población constante y progresiva, dos son los aspectos que hemos de tener muy en cuenta, el fenómeno de la dependencia asociado y acuciado por el modelo de vida de nuestras sociedades occidentales ricas, vinculadas directamente al trabajo, al entorno y al desarrollo y el éxito profesional, y las necesidades económicas derivadas de nuestro propio estilo de vida íntimamente comprometidas con el gasto creciente e imparable de fenómenos como la cronicidad, las enfermedades asociadas al envejecimiento, los novedosos tratamientos y las tecnologías asociadas fundamentalmente a los procesos de diagnóstico y control de los procesos degenerativos.
Por lo tanto esta situación nos lleva a refrescar una de las principales conclusiones de informes anteriores elaborados por expertos. La baja natalidad, asociada a la llegada a la edad de jubilación de los denominados “Baby-boom”, junto al asentamiento en nuestro país de corrientes de emigrantes de diferentes entornos y países, adultos-jóvenes en su gran mayoría, va a provocar un periodo “ventana” en el que la sostenibilidad del sistema de pensiones podría verse afectado de alguna forma y además el ingente gasto del Sistema Nacional de Salud necesario para dar cobertura a las atenciones y cuidados de una población envejecida y cronificada, podrían derivar en una situación de dificultad extrema, si previamente no se toman las medidas preventivas necesarias tanto en el contexto económico como en los aspectos sanitarios y sociales básicos.
Un dato revelador aportado recientemente por Alexandre Kalache, ex responsable de envejecimiento de la Organización Mundial de la Salud al diario El País, es que “el incremento de la expectativa de vida nos llevará a que en 2050 haya el mismo número de mayores que el total de la población mundial de 1945, lo que sin lugar a dudas cambia el escenario ya que posterga la vejez”. De hecho él apunta a la necesidad de promover un envejecimiento activo, acuñando el término de la “gerontolescencia” para ese periodo en el que la persona de edad conserva capacidades, aptitudes y actitudes para añadir vida a los años.
Datos recientes de la OCDE apuntan a que una pobre calidad de la atención, a menudo debido a la falta de comunicación entre los hospitales, médicos y cuidadores pueden dar lugar a hospitalizaciones innecesarias; de hecho datos de la OCDE sobre los ingresos hospitalarios evitables de las personas mayores de 80 años con enfermedades crónicas apuntan a la baja calidad de la atención de todos los países. Por ejemplo, la admisión de pacientes en hospital por procesos asmáticos varía desde el 20 por 100.000 habitantes en Alemania a 254 en Letonia, 458 en Finlandia y 650 en Corea. Los datos muestran variaciones similares para las personas de edad con diabetes no controlada o con enfermedad pulmonar obstructiva crónica (EPOC).
Ante estos desequilibrios y necesidades, son necesarias grandes políticas que acometan reformas que mejoren los servicios prestados a las personas mayores, apostando por la calidad basada en estándares e indicadores validados y el uso coordinado y sinérgico de todos los recursos disponibles; hoy se hace ya necesario un cambio de modelo enfocado fundamentalmente a la cronicidad.
Para que esto sea una realidad, deben existir fórmulas de colaboración público-privada a nivel de integración de profesionales, control de costes y eficiencia para que los pacientes sean atendidos bajo patrones de calidad y en un entorno de sostenibilidad. Se hace necesaria una complementariedad y búsqueda de sinergias en ambos sistemas, ya que no hay enfermos crónicos públicos ni privados, sino enfermos que requieren la atención de todos.
La atención de las enfermedades crónicas es uno de los desafíos del Sistema Nacional de Salud, ya que el modelo actual está centrado en agudos y la gestión del paciente crónico bajo estos parámetros supone un gasto ineficiente de los recursos sanitarios. De hecho, las patologías crónicas motivan el 80% de las consultas de atención primaria y el 60% de los ingresos hospitalarios.
Hay que tener en cuenta que las patologías crónicas tienen una larga duración y si el modelo no se orienta hacia la cronicidad, el sistema no podrá ser sostenible ni garantizará la calidad en el tratamiento de estas enfermedades. Para ello se hace necesario un redimensionamiento de los niveles asistenciales, una coordinación entre éstos y los servicios sociales, una optimización de los recursos a través de la colaboración público-privada y la corresponsabilización del propio paciente en su enfermedad.
En definitiva, es necesario un cambio que implique una redistribución de los recursos personales, económicos y técnicos de una manera distinta. Dentro de los enfermos crónicos hay distintos estadios de gravedad; por lo tanto, es en estos momentos cuando debe existir una coordinación de los servicios sociales y de los servicios sanitarios, siguiendo el principio de continuidad en los procesos asistenciales.
En este sentido, la tecnología y estimular la gestión del conocimiento de los distintos actores, en el ámbito de la asistencia sanitaria, puede jugar un papel fundamental en la atención al paciente crónico. Éste es el ámbito donde el sector privado tiene un papel destacado, ya que se esfuerza cada día por investigar, innovar y aprender sobre tecnologías médicas que ayuden a mejorar la salud, el diagnóstico y el tratamiento de los pacientes afectados por este tipo de enfermedades.
El seguimiento de la historia clínica de forma online o la monitorización y control de la evolución del paciente mediante dispositivos y aplicaciones son algunos ejemplos de lo que la tecnología hace posible. Todos estos avances permiten ofrecer soluciones de gestión que son eficientes, económicamente sostenibles y ayudan a maximizar la calidad asistencial del paciente. |