Muchos somos los que nos preguntamos por qué la sanidad está tan cuajada de mensajes políticos, muchas veces demagógicos, que dejan de lado a la realidad en la que progresivamente nos vemos envueltos y que no es otra que el desequilibrio creciente entre solvencia financiera e innovación constante y disruptiva dirigida a una sociedad evolucionada como la nuestra, con unas cifras crecientes en cuanto a expectativas de vida que se traducen en un mayor consumo de productos y servicios sanitarios.
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La innovación es incesante ya que de ello depende la propia supervivencia de industrias y empresas y esto va a seguir siendo así, con lo cual está llegando el momento en que la evaluación de la dotación tecnológica de nuestra sanidad, deberá ponerse encima de la mesa para que la sociedad sepa y conozca a qué novedades terapéuticas y diagnósticas tiene acceso con equidad e igualdad de oportunidades y a cuáles no.
La demagogia nunca ha sido buena para nadie, salvo claro está para quienes la utilizan en beneficio propio y no con el objetivo último del bien común, qué fácil es decir que nuestra sociedad dispone de los avances más punteros en términos de salud, para después y a renglón seguido interponer medidas que hacen prácticamente imposible e inviable el acceso a las mismas tanto a pacientes como a sus familiares.
Todos tenemos ejemplos relacionados con tratamientos interpuestos con medicamentos eficaces pero que han sido superados con creces por otros más novedosos donde el seguimiento terapéutico es mucho más sencillo y presentan ventajas indudables respecto de sus antecesores, pero eso sí, son lógicamente más caros puesto que derivan de años de esfuerzo, incertidumbre e inversión ingente.
Puede llegar el momento en que el desfase tecnológico y terapéutico respecto de otros países de nuestro entorno sea tan grande que obligue a tomar medidas con carácter urgente, entre tanto el árbol de la política no nos deja ver el bosque que conforma la sociedad, una sociedad que demanda cada vez con más fuerza que se traten sus problemas reales, que se le informe y se sienta informada y que de una vez por todas quienes gestionan desde las administraciones nuestro futuro se sienten alrededor de una mesa para configurar un sistema nacional de salud que realmente nos contemple a todos, priorice al paciente y sus familias y sea garante de los resultados que se obtienen tanto en el ámbito público como en el privado.
El mandato de la Constitución consagra el derecho a la salud y señala al Estado como el garante de ese derecho, no como el provisor único, por lo tanto dejemos la utilización demagógica del mensaje y procuremos más por aquellos que con sus impuestos o con su esfuerzo diario dotan de credibilidad y solvencia al sistema; ellos son los auténticos protagonistas.
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