Deshibernación, desescalada, desconfinamiento, descenso de la curva… Empezamos a escuchar con inquietante frecuencia estos y otros términos similares que avivan la esperanza de un cercano regreso a la añorada normalidad. Digo inquietante porque los datos epidemiológicos, la experiencia clínica, el progresivo conocimiento científico del virus SARS-CoV-2 y, en fin, el más elemental sentido común, apuntan en la dirección opuesta: esto va para largo y no habrá un 'Día del Armisticio' a partir del cual todo habrá terminado.
Pero, por seguir el símil bélico, esta guerra sí tiene un 'Día D', entendido como aquel en que se hace acopio de fuerzas sobre un plan establecido que asegure la victoria y cuanto antes. Lo diferencial de esta lucha antivírica es que el 'Día D' es hoy, y da igual cuando lea esto, porque lo es todos los días.
El Sistema Nacional de Salud, es decir, la sanidad pública y privada, afronta desde hace un mes, cada día, todos los días, la mayor tensión asistencial, de recursos y organizativa de nuestra historia contemporánea. Tanto, que no habría podido cumplir su misión como lo está haciendo si no fuera por el compromiso, la excelencia y hasta el sacrificio personal de todos nuestros profesionales de la sanidad.
Y no solo ellos: los trabajadores del resto de servicios esenciales están consiguiendo en paralelo que el conjunto de la sociedad siga funcionando, para lo cual tampoco han dudado en anteponer el interés general al suyo propio.
También las empresas viven cada día desde hace un mes su propio 'Día D', y la práctica totalidad de ellas debe tirar de recursos propios y ajenos para sortear -cuando no sobrevivir-, el frenazo en seco que ha sufrido la economía. Una situación inédita cuyas dramáticas consecuencias sobre el empleo no se han hecho esperar en un país como el nuestro que ya sufría unas altas tasas de paro.
Para la sanidad privada se trata sin duda de la tormenta perfecta. El sector sufre ambas tensiones, asistencial y económica, en cuanto a que somos proveedores de servicios sanitarios, pero también empresas que deben cumplir el presupuesto para garantizar un servicio de calidad y el mantenimiento y creación de empleo.
La reciente carta del Ministerio de Sanidad en respuesta a la patronal ASPE parece el primer reconocimiento oficial de que, en efecto, la sanidad privada está sufriendo esta crisis por partida doble; también, y no menos trascendente, la carta incluye el primer reconocimiento con membrete ministerial del imprescindible papel asistencial que está desempeñando la sanidad privada. Ojalá sean señales del final de ciertos prejuicios y del principio de acciones concretas que ayuden a que este “sector estratégico”, como se nos define en la carta, pueda seguir siendo en el futuro tan útil a la sociedad y al país como lo está siendo ahora.
Pero más allá de cuestiones sectoriales, lo cierto es que la nación en su conjunto, desde los sanitarios hasta las empresas, pasando por las administraciones, los trabajadores y, por supuesto, la ciudadanía en general, lo está dando todo para terminar juntos con esta pesadilla. Pero no de cualquier manera.
Como decía al principio, generar falsas expectativas de un inminente y exitoso 'Desembarco de Normandía' solo conduce a la frustración. Debemos prepararnos para el final, sí, pero desde la asunción como adultos de que no llegará mañana. No malogremos tanto sacrificio individual y colectivo anticipando una victoria que, por supuesto llegará, pero en un futuro aún incierto.