Se ha filosofado a lo largo de la historia acerca del poder de dignificación que tiene el trabajo. Trabajo y dignidad, una manida controversia que, pese a todo, es de total vigencia hoy día si nos referimos a la figura del médico desde una doble perspectiva complementaria: la dignificación de nuestra profesión, por un lado, viene dada desde el prisma laboral, pero la falta de oferta laboral y, sobre todo, su precariedad, está llevando a una preocupante falta de reconocimiento profesional (y, por tanto, de dignidad) de los facultativos.
Diego Rivas. |
El caso de la Atención Primaria pública en todo el país, sobre todo en ciertas comunidades autónomas, es flagrante, lo que está llevando a la movilización de muchos compañeros, así como movimientos masivos al sector privado u otros países. Digamos que esta situación se produce por la dejadez y cierto menosprecio de las administraciones en la gestión de los sistemas sanitarios que, en muchos casos, no reconoce en justicia nuestro trabajo y, sobre todo, la responsabilidad intrínseca de este. Este menoscabo viene, por tanto, de arriba abajo.
Por otro lado, observamos una brecha en el reconocimiento de la figura del facultativo por parte de la propia ciudadanía, cuya traducción más inmediata, mediática y terrible es la ola de agresiones que se viene produciendo en nuestro país, tanto en centros de salud como en hospitales, en los últimos años. Podemos culpar a la crisis económica, a una desestructuración social o cualquier otra excusa socioeconómica que se adecúe al argumentario político de turno, pero la realidad es que una parte de los pacientes, muy minoritaria, si bien creciente, parece haber perdido el respeto al galeno y al trabajo que este realiza, y no precisamente debido a la mala praxis, sino por las razones estructurales en las que ejerce.
Porque el médico se define, exclusivamente, por su trabajo, que no es otro que el de cuidar de la salud de sus pacientes, pero en el momento en el que paciente pierde la confianza en su médico, ya sea por una lista de espera interminable o por una duración de consulta absurdamente corta e impersonal, la relación entre ambos comienza a romperse. Y en muchos casos, lamentablemente, esta ruptura puede acabar proyectada en sucesos violentos. Se produce aquí una carencia de reconocimiento de abajo arriba.
Con estos dos fenómenos convergentes en la figura del médico, se hace necesaria, más que nunca, una concienciación general, tanto para los políticos como para los propios pacientes, de que la labor médica y quien la realiza, el médico, tiene que ser reconocida como autoridad, por la propia naturaleza de la profesión. No es cuestión baladí: el sistema sanitario español es uno de los grandes logros de nuestra sociedad, y vilipendiar a sus profesionales, que son las piezas del motor que lo hacen funcionar, resquebraja esta consecución que tanto nos ha costado construir.
Dignificar nuestro trabajo es, por tanto, dignificar nuestra sociedad. En el momento en el que todos volvamos a tener claro este concepto, nuestra sanidad recuperará el lugar de prestigio que se merece y nuestra sociedad podrá enarbolar esta bandera con orgullo.