Martes, 22 de noviembre de 2022   |  Número 152
Generar simetrías en torno a la excelencia
Editorial
Editorial

Este mes de noviembre ha traído al menos tres presentaciones de especial relevancia, la primera, y no por orden de prelación, la entrega de los reconocimientos QH (Quality Healthcare) coincidiendo con la semana internacional de la calidad, dos días antes de la celebración de su día mundial; la presentación en la misma jornada del informe sobre la implicación del sector de emprendimiento privado en sanidad con los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de Naciones Unidas, agenda 2030, y, por si fuera poco, la jornada anual dedicada a la innovación organizada por la Fundación IDIS en colaboración con Farmaindustria y Fenin.

En definitiva, calidad, sostenibilidad e innovación, tres aspectos que sin duda marcan ya el presente y el devenir del futuro con enormes retos en las tres áreas, puesto que la mejora de la calidad no tiene límites ya que se acompasa con los tiempos en los que se mide; la sostenibilidad está conformada por un poliedro también con múltiples caras y facetas que determinan nuestro comportamiento responsable relativo a la gestión ética de las organizaciones, instituciones y empresas;  y la innovación, que acrisola en sí misma conceptos tan relevantes como colaboración, compromiso, conocimiento, confianza y crecimiento conjunto y solidario.

Si nos fijamos bien y reflexionamos sobre estos tres aspectos podremos comprobar cómo son partes complementarias de un todo, que no es otro que el de la adecuación y cumplimiento con las necesidades y exigencias de nuestra sociedad, una sociedad cada vez más versada e informada y, por lo tanto, con mayor capacidad de decidir en todos los órdenes, y lo que es más importante, de formar parte de la toma de decisiones.


Vivimos tiempos de cambio dentro de un milenio que hemos estrenado recientemente y que nos ha traído un escenario complejo que, por otra parte, era previsible una vez que los problemas sociales, económicos, medioambientales y geopolíticos actuales son la consecuencia de una falta de previsión que asentó y fraguó sus raíces ya en el pasado.

No viene de muy atrás el hecho de que en los países del denominado occidente rico asistimos a una crisis sociodemográfica de enorme calado que hace que, por la  decreciente natalidad y el incremento de la esperanza de vida, no tengamos un soporte robusto y sólido que pueda hacer frente al gasto que implica un Estado denominado del Bienestar que ve amenazadas las conquistas que tanto esfuerzo ha costado conseguir y obtener, pero que, sin duda, están íntimamente ligadas a escenarios demográficos, industriales, políticos, medioambientales y sociales radicalmente distintos a los actuales.

La edad avanzada, la cronicidad, las comorbilidades asociadas y por lo tanto la creciente demanda asistencial sanitaria y sociosanitaria no dejan de conformar un complejo enigma que descifrar y abordar adecuadamente para aportar la suficiencia imprescindible en todos los órdenes que, en este momento, no tiene nuestro modelo sanitario de titularidad pública, en el que los problemas de acceso, de equidad, de cohesión territorial, de dotación estructural y financiera y de universalidad incluso son tan palmarios como que cada vez son más los expertos y ciudadanos en general que alzan sus voces solicitando un cambio de rumbo. Una transición que desde luego pasa por el hecho de trabajar todos, codo con codo, en beneficio del paciente, sin interponer barreras ideológicas, profesionales o de cualquier otro tipo o condición.

Ante una situación de cierto estupor por todas las noticias que van apareciendo en los medios de comunicación relativos a nuestra sanidad pública no queda otra que enarbolar tantas veces como sea necesario la palabra cooperación y colaboración. En este sentido, es cuando menos preocupante ver cómo, aun a pesar de la zozobra de nuestro sistema público de salud, todavía hay dirigentes nacionales y territoriales que reniegan abiertamente de esta búsqueda de sinergias y complementariedades; sus razones tendrán, pero desde luego es incomprensible ese tipo de afirmaciones cuando se analizan los datos relativos a resultados sanitarios, por ejemplo y sin ir más lejos, en términos de espera, de eficiencia, de calidad y seguridad, de resolución asistencial, de dotación e inversión, de gobernanza y de experiencia de paciente entre otros.

Ante todo este galimatías puesto de manifiesto por el descontento creciente, concatenado este con la todavía actual pandemia motivada por el coronavirus SARS DoV2 (COVID-19), la cercana temporada de gripe, el impacto del virus sincitial respiratorio (SRS) y de otras patologías infectocontagiosas, en un momento en el que se barrunta ya el invierno, no queda muy claro cómo estas circunstancias pueden afectar a un sistema público ya de por sí muy menguado y sobresaturado. Habrá que estar atentos a lo que dicen las cifras que aporten los epidemiólogos y a los datos que surjan de las estadísticas de mortalidad por todas las causas observada y esperada, porque desgraciadamente, todo lo que afecta al sistema termina por impactar en la vida o en la calidad de vida de las personas; eso sin tener en cuenta el grave efecto que la enfermedad ya de por sí genera en el ámbito laboral con el enorme coste de las bajas y los diferentes tipos de incapacidad.

En esta espesura no cabe otra que tratar de generar simetrías y buscar la excelencia en todos los órdenes y niveles, disponemos de suficientes elementos de juicio para comprobar que así no vamos a parte alguna y la estrategia de esconder la cabeza debajo del ala no conduce a nada bueno, máxime teniendo en cuenta que la enfermedad, especialmente si es grave, no admite ni esperas, ni demoras, ni diatribas.

Un paradigma patente a todas luces es que precisamente en la etapa en la que la tecnología digital presenta la mejor de sus caras, en forma de contribuir a hacer más eficiente el tiempo del profesional sanitario en consulta y de ser capaz de procesar infinidad de datos para obtener una mejor comprensión de la enfermedad y por lo tanto de un abordaje mucho más preciso y específico; cuando tenemos y vivimos en la antesala de todas las ómicas que ya conocemos para incidir en una medicina más personalizada, predictiva y traslacional; o cuando disponemos de herramientas tecnológicas específicas para prevenir y controlar los problemas de seguridad de la información mediante sistema criptográficos que no precisan mover los datos de sus lugares de origen (consorcios europeos que derivan en proyectos colaborativos como Tartaglia o eTransafe), es cuando se ralentiza todo y algunos se empecinan en continuar interponiendo barreras al campo, no disponiendo por ejemplo de una historia clínica única interoperable sin apellidos (público o privado) que incorpore todas las facetas y profesiones relacionadas que impactan de alguna forma en la salud, las condiciones de vida y el bienestar de los ciudadanos.

Desde la Fundación IDIS venimos trabajando en un proyecto, Hermes, de interoperabilidad y continuidad asistencial, una iniciativa que tiene como objetivo no interponer barrera alguna, facilitando e incorporando a todos los agentes implicados en lo que podemos denominar el diario de salud de una persona, desde que esta nace hasta que fallece, ofreciendo la continuidad asistencial imprescindible sustentada en la cooperación y la colaboración inter y multidisciplinar, asentada en la suma de esfuerzos y en la multiplicación de voluntades con el necesario revulsivo y cambio cultural asociado y la salida de las zonas de confort que no son otra cosa que rémoras para continuar avanzando.

Calidad, seguridad, sostenibilidad, responsabilidad e innovación van de la mano y sin duda conforman la esencia sobre la que construir una nueva sanidad, título este de la jornada desarrollada en la Universidad Camilo José Cela por la Fundación IDIS, Farmaindustria y Fenin con el denominador en común de la apuesta decidida por la investigación y la innovación en un entorno colaborativo dentro del tejido sanitario que es motor e impulsor del cambio que precisa nuestro país. Nosotros los ciudadanos lo merecemos, el futuro es nuestro y el sistema también, lo pagamos con nuestros impuestos, por lo tanto, tenemos todo el derecho a exigir y a decidir.

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