Si alguna conclusión clara podemos sacar de cómo ha evolucionado el mercado de la salud durante estos años de fuerte crisis económica, es que hay un deseo sólido y creciente en la población de acceder a la sanidad privada. La manifestación más clara de esta solidez es el ligero pero positivo crecimiento, no solamente en primas de seguros, sino también en número de usuarios. Este interés se materializa de formas muy diferentes en cada caso, dependiendo de la edad, la renta disponible, la costumbre heredada o la población en que uno viva y con ella, la oferta disponible en ese entorno.
Este acceso a la sanidad privada, al menos en la parte que solapa con la cobertura sanitaria pública, es muy asimétrica; muy intensa para las personas que disfrutan de la cobertura de un seguro de salud; mucho menos para las que no. Esta conclusión, que puede resultar obvia, no lo es tanto: a priori, debiera ser la capacidad económica el principal elemento diferencial, y sin embargo no lo es en muchos casos. La pertenencia a cualquiera de la mutualidades de funcionarios, o trabajar para una empresa o en una industria que facilita en mayor o menor medida un seguro de salud, marca la diferencia para muchos.
En definitiva, el seguro de salud juega un papel fundamental como facilitador del acceso a la sanidad privada que tanto aporta a la sostenibilidad del sistema sanitario en su conjunto. Sin este mecanismo, las cifras de usuarios serían muy distintas. No obstante, parece que esta solución satisface a una cierta parte de los españoles, los usuarios intensivos de sanidad privada -en torno al veinte por ciento de la población-. Otros no encuentran un camino fácil para hacer uso de la sanidad privada. Limitaciones como la edad de contratación, padecer enfermedades preexistentes al seguro o limitaciones presupuestarias, parecen ser las principales causas.
El reto es, por tanto, ser capaces de ofrecer un mecanismo igual de confiable, sencillo y accesible que el seguro de salud ha demostrado ser, especialmente diseñado para quienes están interesados y dispuestos a un utilizar de manera más ocasional los recursos privados de salud. Algunos ejemplos, serían evitar una espera larga en un momento determinado -ya sea diagnóstica o quirúrgica-, ser atendido por un profesional o en un hospital concreto, acceder a un servicio no cubierto por el Sistema Nacional de Salud, entre otros. El que alguien pueda preferir dedicar su dinero, por poner un simple ejemplo a ser asesorado en cómo mejorar su alimentación en lugar de a renovar su teléfono móvil no parece extraño a las tendencias de nuestra sociedad, y está al alcance de una parte importante de nuestros conciudadanos.
Para que este interés pueda materializarse, y para que suceda en un mayor número de casos, debemos sentar algunas bases: facilitar el acceso a quien tenga dicho interés en el momento en el que éste se produce, asesorarle profesionalmente, ofrecer un servicio completo con un precio conocido de antemano, adaptarlo a su necesidad, acompañarle en el proceso y ofrecer calidad y garantías suficientes para que la decisión sea fácil.
Este es el papel que deben jugar las plataformas de comercialización de servicios de salud, aunando las capacidades de los diferentes integrantes de la sanidad privada: hacerla por tanto llegar a más personas, contribuir más a la descongestión del sistema público y favorecer, en definitiva, que nos cuidemos mejor.