Martes, 20 de octubre de 2020   |  Número 129
Telemedicina y Covid-19: Ahora toca reflexionar
Por Julio Lorca, director de desarrollo de Salud Digital de DKV.
Tribuna

A los pocos días de declararse el estado de alarma, los teléfonos de atención sanitaria colapsaron. DKV fue la primera en abrir gratuitamente su plataforma de telemedicina a toda la ciudadanía; desde donde médicos voluntarios, incluso jubilados, procedentes de las sociedades médicas SEMI y SEMFYC, comenzaron a atender demandas previamente desatendidas de múltiples procedencias; naciendo así #medicosfrentealcovid y que ha sido reconocida por revistas internacionales como HealthManagement.org.

Antes de la pandemia, los sistemas sanitarios de todo el mundo mostraban signos de agotamiento. La COVID-19 ha representado un “test de estrés” inesperado que los ha tensionado hasta evidenciar lo que ya se sabía: Diseñados para problemas y fines de otra época, no responden ya ante poblaciones masificadas o envejecidas y que se desplazan sin cesar.

A medida que el virus se expandía, los sistemas sanitarios afrontaron la misma cuestión: ¿Qué podemos hacer para seguir atendiendo a quien ya estaba enfermo de otra patología y se descompense, o que enferme de algo nuevo, si todos los recursos los absorbe la COVID? ¿Y si se quedan en casa por miedo al contagio y tienen algo grave? ¡Pues anda, si dicen que tenemos ya una forma de ofrecer atención médica a distancia que podría ser la respuesta! ¿Y eso? ¡Sí, se llama telemedicina!

Y así fue como todo el mundo descubrió que algo infrautilizado, sobre lo que desde hacía años existía suficiente evidencia de su eficacia, eficiencia y efectividad, estaba al alcance de cualquiera. Su mayor virtud: disolver la incertidumbre propia de la asimetría informativa en una fase inicial.

En una reciente editorial, de una revista líder en telemedicina y e-salud, se analiza lo ocurrido, y cuyas conclusiones pasamos a sintetizar:

1º) Una proporción considerable de las visitas ambulatorias pueden ser gestionadas clínicamente de manera eficaz a distancia.

2º) La infraestructura necesaria para la conectividad está ampliamente disponible en ambos extremos del encuentro clínico, especialmente a través del omnipresente teléfono inteligente.

3º) La mayoría de los sistemas de atención de la salud de los sectores público y privado ya han desplegado registros sanitarios electrónicos.

4º) La logística necesaria puede desarrollarse con rapidez, incluida la capacitación requerida cuando es preciso, la dotación de personal y el flujo de trabajo con un mínimo de interrupciones o desplazamientos.

5º) Ha existido poca o ninguna resistencia para aceptar esta modalidad de prestación asistencial, ya que es protectora para los proveedores y los pacientes.

6º) Los gobiernos han flexibilizado todas las reglamentaciones restrictivas para el despliegue de la telemedicina, incluidas las licencias interestatales, las cuestiones de confidencialidad de los datos y el reembolso.

Esta relajación justificada y que en gran medida ha venido a solventar trabas infundadas, también ha permitido la llegada de advenedizos que no resistirían un mínimo proceso de verificación y validación, homologable con las buenas prácticas en salud digital. Una mera llamada telefónica, puede servir de asesoramiento, pero eso no es telemedicina. Incluso la apariencia de tal puede conducir a riesgos inaceptables: como decidir sin haber dispuesto de antecedentes suficientes; sin el respaldo de un historial clínico que asegure la continuidad asistencial; sin el concurso del acceso a pruebas o poder prescribir en una receta electrónica homologada “de verdad”; o la falta de garantías como la identificación del médico interviniente; etc. Es necesario que, una vez sorteado lo peor, y aceptadas ya sus ventajas, procedamos a revisar la realidad descrita, para lo que instamos a trabajar juntos en un marco de #telemedicinacongarantias.

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